Escuchar: el acto más revolucionario del liderazgo.
Descripción de la publicación.
Carla Casañ
5/26/20253 min read


¿De verdad estamos escuchando en las empresas?
Hace poco fui a una charla sobre liderazgo emocionalmente consciente y una de las cosas que más se repetía era que una de las cualidades principales de un líder debía ser la escucha y que esto es la clave para crear buenos entornos de trabajo.
Y no lo dudo.
De hecho, lo reafirmo: es una habilidad indispensable para quien ocupa ese rol.
Pero entonces me pregunto:
¿Qué significa realmente escuchar? ¿Por qué es tan importante?
¿Tiene una líder disponibilidad (no solo habilidades) para hacerlo?
Desde que empecé a decidir escribir, hace ya un tiempo, me di cuenta del poder del significado de las palabras, por ello,
¿Qué significa escuchar etimológicamente hablando?
Según la RAE, escuchar es “poner atención a lo que se oye”. Es decir, es una acción voluntaria, con intención por parte del sujeto.
Viene del latín vulgar auscultare: “aus” = oído + “cultare” = cuidar, cultivar.
Escuchar es cultivar el oído.
No sólo se trata de oír sonidos, sino de poner atención, cuidado y presencia.
Escuchar es crear un clima seguro.
Es saber detectar aquello invisible que no se dice, pero está en lo que se expresa y por tanto se puede intuir. Es generar confianza, sostener incomodidades que uno a veces no puede sostener, acoger la vulnerabilidad del otro sin juicio y con permiso.
Es crear un lugar seguro dónde alguien sienta que sus preocupaciones, motivaciones tienen cabida más allá de su mente.
¿Cuántos sabemos hacer eso?
No solo como líderes (a quienes se les presupone esta capacidad), sino como personas.
¿Cuántos saben sostener el malestar de otros, cuando ni siquiera se sostienen a sí mismos? Si no saben ser espacios seguros para ellos mismos. Muchos no se escuchan por dentro, ¿cómo van a tener lugar para recibir lo que el otro trae?
Y así es difícil que alguien se abra.
Porque escuchar también es abrirte a lo que el otro tiene que decir, implica recibir lo incómodo sin ponerse a la defensiva.
Implica humildad, flexibilidad y apertura real.
Y en un entorno laboral significa que debas escuchar algo que puede no ser agradable, y dónde tú tienes un papel activo.
Antes de la escucha, viene la empatía, la humildad, la vulnerabilidad, cualidades que a veces no se permiten en el liderazgo de forma inconsciente, porque la velocidad del día a día del rol se lleva todo eso.
Porque antes de poder escuchar, hay que tener algo aún más escaso: tiempo y calma. Y ahí está la paradoja.
Queremos líderes humanos, atentos, emocionalmente disponibles… pero no les damos las condiciones para poder serlo. Les exigimos presencia, pero les metemos en dinámicas de urgencia.
Les pedimos conexión, pero les cargamos de tareas, resultados, decisiones inmediatas.
El espacio se crea generando espacio temporal y presencia, no desde la presión de cumplir.
Y sin presencia, no hay espacio y sin espacio no hay escucha.
¿Cómo van a escuchar si no pueden parar? ¿Cómo van a sostener a otros si no hay un ritmo que les permita escucharse a sí mismos?
Escuchar es sostener sin interrumpir.
Porque escuchar no es tener una reunión dos veces al año. No es una evaluación de desempeño.
Escuchar es un acto cotidiano, intuitivo, activo. Es saber leer entre líneas, percibir emociones, detectar silencios.
Y además, tener la disposición de hacerlo, incluso antes de que te lo pidan.
Parte de una base donde el líder tiene la tranquilidad y el lugar para desarrollar también la escucha en sí mismo.
Él también necesita ser escuchado, para poder escucharse y, desde ahí, tener espacio real para escuchar a los demás.
Pero eso no depende solo del líder. Depende también de la cultura organizativa, de los modelos que sostenemos y de cómo entendemos el rol de quien lidera.
Porque un líder puede tener la voluntad, pero necesita una estructura que le permita ejercerla.
Escuchar es un acto revolucionario. No porque solucione todo. Sino porque permite que, por fin, algo se diga.
¿Qué cultura empresarial estamos construyendo para que puedan hacerlo de verdad?
Gracias,
Carla Casañ
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