¿Por qué le tenemos miedo al otro?

Descripción de la publicación.

Carla Casañ

5/18/20253 min read

Dejemos de intentar mejorar sus habilidades. Empecemos a mirar su miedo.

Pero, ¿por qué le tenemos miedo al otro?

¿Por qué lo sentimos como amenaza sin apenas darnos cuenta?

Muchas de nuestras reacciones frente al otro vienen de lugares muy primitivos: defensa, miedo a perder nuestro sitio, a que alguien nos quite el lugar que “nos hemos ganado”, como si no nos sintiéramos lo suficiente seguros en el lugar en el que nos movemos, porque cualquiera cosa puede llegar a tambalearnos. Y por supuesto, también de la desconfianza en que sabremos reconstruirnos si eso ocurre.

Una falta de confianza en uno mismo que se proyecta hacia los demás, en falta de confianza en el otro, en el que está al lado.

Y entonces empezamos a pensar, o actuar, como si compartir lo que sabemos nos hiciera prescindibles.

Un jefe mío me dijo una vez: “Rodéate siempre de personas que sean mejores que tú, porque eso solo puede hacerte mejor.”

¿Pero cuán seguro tienes que sentirte contigo mismo para hacer eso sin sentirte amenazado? Mucho. Muchísimo. Requiere trabajo interno, confianza, humildad. Entender que tu visión no es solo tuya. Que liderar no es competir con tu equipo, sino construir con ellos.

Y aquí entra la comunicación.

Cuando tenemos miedo al otro, nuestra comunicación deja de fluir. Porque comunicar implica transparencia, conocimiento compartido y soltar parte del control.

Ya no eres tú quien gestiona toda la información. Ya hay más personas que saben tanto como tú.

Y eso, en estructuras jerárquicas, puede percibirse como una amenaza.

Por eso uno de los principales problemas en muchas organizaciones es la falta de comunicación real: Esa sensación de que no todo se dice. De que las cosas llegan tarde. De que siempre hay algo que se guarda.

Porque la información es poder. Y el poder, muchas veces, es solo una forma de esconder el miedo.

Miedo a no controlar. Miedo a no saber gestionar que todos seamos iguales. Miedo a delegar y quedar expuesto. Miedo a no ser necesario.

Y eso se traduce en miedo al que está enfrente, miedo al que te puede confrontar, miedo al que piensa diferente, miedo al que brilla, miedo al que quiere crecer, miedo al que te reta con nuevas formas que tú no controlas, miedo a delegar y quedar expuesto, miedo a no ser necesario.

Y eso se traduce en la imposibilidad de mirar al otro con la humanidad que todos merecemos, porque nace de la imposibilidad de mirarte a ti con humanidad.

Ese miedo genera desconfianza en tu equipo, inseguridad, crispación y, sobre todo, distancia emocional, generando entornos de trabajo poco saludables.

Comunicar es la base de dinámicas sanas en las organizaciones. Pero las dinámicas sanas no pueden emerger si quienes deben generarlas no son conscientes de sus propias dinámicas tóxicas.

Y muchos no lo son. No porque sean malos líderes, sino porque es la forma que han aprendido para protegerse, para sobrevivir, para relacionarse en el mundo. No es maldad, es desconocimiento.

Por eso necesitamos acompañar a los líderes no solo a “comunicar mejor”, sino a ver, destapar y confrontar sus miedos más profundos, para que eso se traduzca en un liderazgo más humano y una comunicación más honesta.

Porque cuando lideras desde el miedo, el silencio es inevitable. Y donde hay silencio… hay distancia.

Liderar no es controlar. Es sostener vínculos sin que te tiemble el ego.

Porque sí: mucho del mal liderazgo nace del miedo. No de la falta de habilidades.

El buen liderazgo no se construye desde el miedo al otro, sino desde el reconocimiento de que el otro también es parte de mi fuerza.

Gracias,

Carla